Pedro Pantoja, el sacerdote que defendió a los migrantes en tierra de narcos

El viernes 18 de diciembre, fecha que se conmemora el Día Internacional del Migrante, falleció el sacerdote Pedro Pantoja a los 76 años, fundador de la Casa del Migrante de Saltillo, y uno de los defensores de migrantes y de personas refugiadas más activos y respetados en México.
Nacido en 1944 en el seno de una familia pobre de San Pedro del Gallo, en el estado de Durango, el padre Pantoja, como era conocido, dedicó sus 49 años de sacerdocio a la defensa de los derechos humanos en territorios donde el crimen organizado ha impuesto históricamente su dominio en México.
Antes de sacerdote, Pantoja trabajó como obrero, minero y campesino, viviendo las causas sociales a las que dedicó su vida. De hecho, él mismo fue migrante en Estados Unidos, donde arrancó su activismo acompañando luchas sociales y logrando mejoras de salario para los jornaleros de Delano, California, junto al líder migrante César Chávez.
En México, ya como sacerdote y activista, también logró mejorar las condiciones laborales de obreros y mineros de Coahuila, donde lideró la construcción de una casa para migrantes y refugiados en Ciudad Acuña y en Saltillo, tema que ha ocupado su vida en los últimos 30 años.
Tomador empedernido de café, y amante de los tacos de arrachera, y de la música norteña y de las rancheras -casi siempre vestía de pantalón tejano, camisa a cuadros, bota, y sombrero, en detrimento de la sotana, que solo utilizaba durante las homilías-, la voz del padre Pantoja en defensa de los migrantes sonó con fuerza en el noreste del país, especialmente en los años más cruentos de la Guerra contra el Narco del presidente Felipe Calderón, cuando territorios como Coahuila fueron tomados por los cárteles.
“Coahuila es territorio de Zetas, de cárteles, y de muchísima violencia”, dijo en un amplio perfil publicado en 2012 por la revista Gatopardo bajo un título que bien podría englobar sus casi 50 años de sacerdocio-activismo: ‘Padre Pantoja: amar a Dios en tierra de Zetas’.
En el texto, el cronista Emiliano Ruiz Parra narró que, a pesar de las amenazas, el padre Pantoja era de los poquísimos sacerdotes que se atrevían a hablar públicamente de la complicidad del narcotráfico con las autoridades, y de su absoluto dominio sobre las cárceles locales, los cuerpos policiacos, los legisladores, las calles, así como de los negocios lícitos e ilícitos, como el tráfico de personas.
“El crimen organizado -denunció Pantoja en aquella entrevista- es una empresa perfecta que cubre todos los estamentos de la sociedad: los aparatos políticos, los empresarios, los ganaderos, los comerciantes… Son hasta dueños de bancos que subsidian el desarrollo del gobierno y de las agencias de envío de dinero desde Estados Unidos, que siempre el gobierno se ha negado a investigar. (…) Y en el caso del noreste, no se puede separar la infiltración de las autoridades con el crimen organizado”.
La masacre de 72 migrantes a manos de Los Zetas en Tamaulipas, y de otras masacres como la de Fosas Clandestinas de San Fernando y la de Cadereyta, tocaron de manera especial al sacerdote.
Ana Lorena Delgadillo, directora de la Fundación para la Justicia y el Estado Democrático, recuerda en entrevista que Pedro Pantoja siempre llamó a estas masacres como “holocausto, genocidio y crímenes de lesa humanidad”, y que levantó la voz ante la falta de resultados del Estado mexicano que, en 2012, envió cuerpos equivocados a Centroamérica a las familias de las víctimas y féretros cargados de arena.
Aunque cordial y de plática suave con un marcado acento norteño, la lengua del Padre Pantoja nunca se contuvo. “Siempre llamaba a las cosas por su nombre, y su convicción por la defensa de las y los más vulnerables nunca vaciló”, enfatiza Delgadillo.
No se contuvo con los temidos cárteles de la droga -a los que denunció en 2010 en Washington, Estados Unidos, en una audiencia de la Comisión Interamericana por los casos de secuestros masivos en México-. Y tampoco lo hizo con las autoridades mexicanas, siendo especialmente crítico con Migración y con las fuerzas policiacas, a quienes también denunció públicamente ante casos de abusos y ataques a migrantes, como el que tuvo lugar el pasado 31 de julio de 2019 en su ciudad, Saltillo.
Ese día, la Casa del Migrante de Saltillo dio a conocer que policías locales persiguieron y mataron a balazos frente a su hija al migrante salvadoreño Marco Tulio Perdomo Guzmán, que había dejado el albergue para intentar llegar a la frontera con Estados Unidos.
Tras el suceso, la Fiscalía de Coahuila acusó al migrante de 29 años de haber disparado a los agentes policiacos, que solo habrían respondido a la agresión. Sin embargo, tras el acompañamiento de la Casa del Migrante de Saltillo del Padre Pantoja, cuatro días después la Fiscalía se desdijo y deslindó de cualquier hecho delictivo al migrante, anunciando además que detuvo al policía de investigación que mató al salvadoreño.